04 septiembre 2007

Otra tarde

Era otra tarde, como todas las demás. El viento se mecía entre las ramas de los árboles, su leve sonido era el mensajero del silencio que acabaría por quebrar.

-- Ya lo sabes. Siempre lo has sabido y siempre lo sabrás -- dijo él. Su voz reflejaba un sufrimiento tan antiguo que no se atrevía a recordar. Le parecía que toda su vida sólo había servido para llegar hasta ahí.

-- ¿Qué es lo que sé? Yo no sé nada. Tú me trajiste aquí -- contestó ella, completamente serena, impasible. El agitar de su pelo contrastaba con la inmovilidad de su espíritu.

-- Después de tanto años; de toda una vida, toda mi vida, me he dado cuenta que tú eres mi vida. Que allá donde miro siempre estás tú, y cuando no estás todo es negro, oscuro, sombrío. Toda mi luz eres tú.

Ella seguía inmóvil, ninguna respuesta en su rostro, aún después de ver todo el sentimiento desatado de un hombre frente a ella. En su interior no comprendía, pero a su vez todo era claro.

-- Siento oír esas palabras. No eres el hombre que creí conocer, esperaba una persona que viviera su vida, quizás a mi lado pero no dentro de mí, no un títere que suplicara que otro lo manejara.

El sentimiento empezaba a aflorar en ella, pero si él hubiera imaginado de que manera iba a hacerlo, jamás hubiera actuado como lo había hecho.

-- Así pues me desprecias, como siempre me has despreciado. He sido ingenuo al verte como una persona buena y hermosa en tu interior. Has dejado libre durante un segundo el monstruo de tu interior y ya no queda nada para mí. ¡Vete! ¡No vuelvas! No para hacerme más daño.

-- No tengo que aguantar este espectáculo. Cuando madures, si quieres, vuelve. Hasta entonces no te quiero en mi vida. Adiós.

Y con estas palabras ella se marchó, tan impasible como llegó, sin el remordimiento de dejar un alma rota.

Él, ahora solo, derrotado, arrodillado en el suelo incapaz de soportar el peso de su cuerpo derramó una lágrima por lo que nunca fue, otra por lo que no había podido ser y una última por lo que nunca sería.

Y así su vida se esfumó junto a su luz.

Las ramas de los árboles siguieron moviéndose, tan sólo era otra tarde.